De Martí a Marx. Fidel Castro y el socialismo cubano.

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De Martí a Marx. Fidel Castro y el socialismo cubano.

Intervención en el Panel Fidel y el marxismo, organizado por el Centro Fidel Castro Ruz, 19 de noviembre de 2024.

Por:
Frank Josué Solar Cabrales
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El marxismo en Cuba no fue una doctrina importada mecánicamente, sino un pensamiento que se enraizó en la lucha histórica por la liberación nacional y la justicia social. La formación ideológica de Fidel Castro, líder de la Revolución Cubana, se nutrió de esta dualidad: la herencia martiana y la teoría marxista, fusionadas en un proyecto revolucionario autóctono. Este texto explora cómo Fidel asimiló el marxismo desde una perspectiva crítica, alejada del dogmatismo soviético, y cómo su pensamiento se vinculó a las tradiciones rebeldes de Cuba, desde las guerras independentistas del siglo XIX hasta las luchas antimperialistas del siglo XX.
El proceso inicial de contacto de Fidel con el marxismo, de su formación en el pensamiento marxista, fue parte de un entorno generacional determinado y de la tradición de un socialismo cubano que asumía el marxismo como una guía para la acción revolucionaria transformadora y no como un dogma ni un esquema cerrado.
En la década de 1950, Cuba vivía bajo la dictadura de Fulgencio Batista, respaldada por intereses estadounidenses. El Partido Socialista Popular (PSP), afiliado a la Unión Soviética, había perdido relevancia debido a su burocratización y al distanciamiento de las bases populares. La Guerra Fría exacerbó el anticomunismo en la región, pero la crítica al PSP no provenía solo de la derecha: jóvenes revolucionarios, incluido Fidel, rechazaban el estalinismo y su política exterior, como el pacto Molotov-Ribbentrop (1939) entre la URSS y la Alemania nazi.
Los caminos del marxismo revolucionario en la Cuba de la década de 1950 discurrían fuera de los cauces del PSP. La confluencia de una serie de factores contribuyó a que esa agrupación no fuera un instrumento eficaz de vanguardia para llevar adelante un proceso de transformaciones. Aunque generalmente se ha atribuido esta incapacidad al anticomunismo rampante propio de la época de la guerra fría y el macartismo, sus causales deben buscarse sobre todo en el rechazo a la degeneración burocrática que había sufrido la Unión Soviética luego de la llegada al poder de Stalin, y a los errores cometidos en su trayectoria política, que le habían enajenado el apoyo de amplios sectores populares.
El partido que en teoría debía organizar a la clase obrera para tomar el poder y encabezar una revolución socialista se encontraba inhabilitado para esa tarea. Esta situación explica que la vanguardia política e intelectual de la nueva hornada de revolucionarios, movida por aspiraciones socialistas de transformación, al mismo tiempo rechazaba el marxismo de origen soviético y su representante nacional. Estos jóvenes, para llevar adelante sus ideales de redención y justicia social, buscaban sus principales referentes ideológicos y políticos en la tradición del socialismo cubano, inaugurado en la década de 1920 con Mella y que había tenido también una continuidad en la revolución de 1930, sobre todo en la figura de Antonio Guiteras, en paralelo con la tendencia vinculada a las directrices comunistas salidas del Kremlin.
Solo entendiendo las influencias y expresiones ideológicas del socialismo cubano en esta generación se puede comprender la madurez de un documento como ¿Por qué luchamos?, testamento político de los hermanos Luis y Sergio Saíz Montes de Oca, dos adolescentes de un pequeño pueblo de Pinar del Río, asesinados el 13 de agosto de 1957. La pretensión de emprender una revolución socialista en Cuba mientras se condena tanto al capitalismo draconiano y explotador como al «falso paraíso del trabajador» de la Rusia Soviética no es un planteamiento extraño ni un «destello luminoso», sino el reflejo de la organicidad de una corriente de pensamiento extendida entre los jóvenes insurreccionales de los 50. Sus críticas al socialismo de corte stalinista son de izquierda, no provienen de un anticomunismo ramplón. Ellas le señalan, por el contrario, no ser suficientemente revolucionario ni socialista.  
En la misma cuerda se ubican los manifiestos programáticos de fuerzas insurgentes tales como el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y el Directorio Revolucionario (DR), donde se encuentran referencias al socialismo como meta de sus luchas.  Incluso en un documento programático de la Juventud Ortodoxa de 1948, también se plantea como objetivo el establecimiento de una democracia socialista en Cuba. Es decir, la ideología del socialismo era de uso común, al menos entre una generación de vanguardia de jóvenes insurreccionales y de izquierda en Cuba, que tenían aspiraciones socialistas pero alejadas de la experiencia más dogmática que venía de la Unión Soviética.
Estos documentos, que denunciaban tanto el capitalismo explotador como el «socialismo burocrático» soviético, evidenciaban la existencia de una corriente ideológica madura, donde se combinaban antiimperialismo y justicia social, y que Fidel integraría en su praxis política.
El cuadro descrito más arriba revela la complejidad del contexto en el cual se produjeron los acercamientos iniciales del joven Fidel Castro al marxismo. Su primera lectura de un texto marxista, cuando cursaba el segundo o tercer año de sus estudios universitarios, a finales de los 40, fue El Manifiesto Comunista, que le causó una profunda impresión: «Tendría 20 años cuando entré en contacto con la literatura marxista; era una mentalidad virgen, no deformada y muy receptiva, una especie de esponja condicionada a lo largo de toda mi experiencia —desde que pasé hambre a los seis o siete años, desde que era muy niño—, de todas mis luchas (…) Le encontré una gran lógica, una gran fuerza, un modo de expresar los problemas sociales y políticos de una forma muy sencilla, elocuente».
Las obras marxistas que captaban su interés con mayor fuerza eran aquellas dedicadas a los análisis histórico-políticos y a la lucha de clases, entre ellas El 18 Brumario de Luis Bonaparte, y Las guerras civiles en Francia. Profundizó sobre todo en El Estado y la revolución, de Lenin, por sus consideraciones acerca del poder y su toma revolucionaria. Con esas lecturas Fidel no se asumió explícitamente marxista, pero asimiló varias de sus lecciones y enseñanzas, y las interpretó creadoramente de acuerdo con las condiciones concretas de Cuba. Según sus propias palabras, del marxismo obtuvo el concepto de lo que es la sociedad humana y la historia de su desarrollo, y una brújula para orientarse con precisión en los acontecimientos históricos.  Y aunque mantenía excelentes relaciones personales con los militantes comunistas, compartía la visión crítica de su generación hacia el estalinismo y la política exterior soviética, así como hacia la praxis y trayectoria política del PSP. Fidel desde muy joven había sido muy crítico con todo lo que había hecho Stalin en la Unión Soviética alrededor de la Segunda Guerra Mundial, el pacto con Hitler y todos los errores en política exterior que se habían cometido en ese periodo.  

Con todo, el componente esencial en su formación política e ideológica no provenía de los clásicos del marxismo sino de la historia nacional, de la tradición de rebeldías del pueblo cubano, del legado de sus luchas por la liberación nacional y la justicia social. Fidel se nutrió del acumulado de una cultura política radical preponderante en el pensamiento y la acción de los revolucionarios cubanos, que tuvo en Martí su principal maestro y exponente más destacado, y que proveyó al país de una revolución popular de independencia y de una larga sucesión de combates e ideas por la justicia y la libertad. Fidel da continuidad a ese radicalismo, del que aprendió que sus actos, sus ideas, sus propuestas y sus proyectos debían ser «muy subversivos respecto al orden establecido y sus fundamentos, y muy superiores a lo que parecía posible al sentido común y a las ideas compartidas en su tiempo, inclusive a las de otros revolucionarios ».
Fidel no llegó al marxismo desde el vacío, sino por la senda que le había abierto José Martí, y por eso asumió en él una condición revolucionaria: «yo venía siguiendo una tradición histórica cubana, una gran admiración por nuestros patriotas, por Martí, Céspedes, Gómez, Maceo. Antes de ser marxista fui martiano, sentí una enorme admiración por Martí; pasé por un proceso previo de educación martiana, que me inculqué yo mismo leyendo sus textos. Tenía gran interés por las obras de Martí, por la historia de Cuba, empecé por aquel camino ».  A diferencia de otros marxistas, Fidel evitó la repetición dogmática. Para él, el marxismo era una brújula. La única forma que tenía el marxismo de ser revolucionario en la Cuba de los 50 era emprender un camino propio, nuevo, que tomara en cuenta los datos concretos de la realidad nacional para irse por encima de ellos y plantear un proyecto eficaz de subversión total de la sociedad.
En este aspecto es también Fidel un continuador de la tradición de socialismo cubano inaugurada por Mella, que articula los clásicos del marxismo con la experiencia revolucionaria cubana y sobre todo con el pensamiento martiano. Que en Cuba siempre han de andar unidas la lucha por la liberación nacional y la lucha por la justicia social. Fidel le da solidez a esa línea de continuidad y la lleva a la práctica y a la victoria.
La Revolución Cubana fue la herejía que, encabezada por Fidel, no solo subvirtió por completo el orden social imperante en Cuba, sino transgredió los roles que ese esquema teórico asignaba a las realidades y a las rebeldías de los pueblos, y destrozó todos los cálculos y pronósticos de lo posible en el equilibrio geopolítico entre las grandes potencias. Demostró que era factible, partiendo de las condiciones concretas de un país con una estructura de dominación neocolonial como Cuba, y apelando a la fuerza, organización y movilización de los más humildes, desplegar una insurrección popular victoriosa que se planteara objetivos trascendentes de liberación nacional y justicia social. Fidel fue un revolucionario que aplicó el marxismo con creatividad. Su formación, anclada en Martí, forjó un socialismo arraigado en la identidad cubana.
La insurrección triunfante en 1959 no fue un simple cambio de gobierno: fue una subversión total del orden neocolonial. Fidel demostró que era posible una revolución socialista en un país pequeño, sin seguir el modelo de «revolución por etapas» promovido por Moscú. El líder rebelde que en junio de 1958, en plena Sierra Maestra, resistiendo una ofensiva militar de la dictadura, advirtió que su destino verdadero sería luchar contra el imperialismo norteamericano, enseñó y aprendió, junto con su pueblo, que solo con el socialismo podíamos librarnos del dominio extranjero y construir una sociedad de igualdad y libertad plenas.

 

 

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