Guerrita: un enlace de confianza entre Celia, Frank y Fidel

Guerra Matos
Guerrita: un enlace de confianza entre Celia, Frank y Fidel

Felipe Guerra Matos, el hijo del pueblo humilde de Cayo Espino, cruzaba los caminos llenos de postas enemigas una y otra vez con importantes mensajes

Por:
Yunet López Ricardo
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La Sierra, como sus mismos aguaceros interminables, le llovía en la memoria cada vez que, ya con más de 90 años, se balanceaba en el sillón de la sala y volvía a su época de clandestino y guerrillero. Felipe Guerra Matos «Guerrita», era el mismo hombre de entonces, a pesar de la piel gastada y los pasos más lentos. El tiempo no le había apagado la mirada suspicaz tras el cristal de los espejuelos que usó desde joven, y a su pensamiento acudían las remembranzas en bandadas presurosas.

Así viajaba hasta el día de diciembre de 1956 cuando conoció a Celia Sánchez, a quien imaginaba como «una mujer frondosa; pero era delgadita, muy débil físicamente, y tenía la cara y los brazos llenos de arañazos porque, huyendo de los guardias, se había metido dentro de un marabuzal. Entonces le pregunté que si se había fajao con un gato», decía quien, desde esos mismos instantes en que la escuchó hablar sin miedos, ya nunca más se separó de ella, ni de la lucha.

Guerrita, el hijo del pueblo humilde de Cayo Espino, en las tierras de Manzanillo, llegó a convertirse en el útil e imprescindible enlace entre Celia, Frank País y Fidel. Con mensajes cruzaba los caminos llenos de postas enemigas una y otra vez, y por su sangre inquieta y sus andares aprisa, Frank lo bautizó como «El Agitao».

Fue él, intranquilo y prudente, quien el 15 de febrero de 1957 llevó por primera vez a Celia y a Frank a la Sierra Maestra; el 16 a Vilma Espín, Faustino Pérez, Haydee Santamaría y Armando Hart; y al amanecer del 17 al periodista norteamericano Herbert Matthews, pues resultaba indispensable dar a conocer al mundo que el Comandante estaba vivo y su Ejército peleando.

Por trillos recónditos y ascensos escabrosos guió al prestigioso reportero. «Bueno, yo le hablaba y él no me entendía nada. El camino era bastante malo, y cuando estábamos pasando el arroyo Tío Lucas, sobre las lajas había limo, se cayó y yo dije una barbaridad: «Se jorobó la entrevista, se jodió el americano». Aquel hombre, de más de 50 años, se tendió en el río, le extendí la mano, lo ayudé a levantar y, por suerte para él y todos nosotros, no se fracturó y todo salió bien».

Con esa nitidez, recordaba también Guerrita su conversación con Fidel luego del histórico diálogo, pues el Comandante quería saber cómo había sido el viaje; y hasta el almuerzo que le pidió a su mamá que tuviera listo para el periodista. Le dije: «Mata un pollo y haz un arroz con pollo, que el americano tiene que irse lleno de aquí». Siete días después, el domingo 24, The New York Times exhibía su primera plana dedicada al jefe guerrillero y los rebeldes que peleaban «con éxito en la intrincada Sierra Maestra».

Morir con dignidad

Los ojos de Frank, nobles e impasibles, le transmitían una confianza inmensa. Y así mismo fue aquel 19 de febrero, cuando le dijo: «Agitao, has cumplido bien la misión esta del periodista, pero es necesario que te pongas en contacto con Celia, vamos a mandar para la Sierra Maestra un grupo de compañeros y hay que buscar un lugar para eso».

Lo primero que pensaron fue llevarlos para una arrocera en la finca de Hubert Matos, en Yara, «pero dos días antes de que empezaran a llegar los futuros combatientes a Manzanillo Hubert Matos me fue a ver, me explicó que se le había enfermado un hijo y no podía hacerse cargo de recibir a los compañeros como se había quedado. Fui a ver a Celia, indignado, y me dijo: “Vete para Santiago y habla con Frank”. Así lo hice, y Frank me orientó: “Bueno, busquen distintas casas para que los alojen”».

Pero eso tampoco resultó, y solo un enorme marabuzal, cercano a la carretera de Manzanillo, les pareció un lugar seguro. En medio de ese boscaje tupido y espinoso llegaron a alojar unos 60 muchachos. «Aquello era un disparate completo, pero todo salió bien», aseguraba Guerrita.
Después de eso, él ayudó a otros grupos a llegar a la Sierra, y al regreso de uno de esos viajes, fue hecho prisionero por tercera vez. El 28 de julio, le escribió a Frank: «Si Dios quiere y salgo bien del juicio, te pido permiso para pasar unas largas vacaciones en la finca de los hermanos Castro».

Y así fue, pues el 18 de agosto de 1957 Guerrita era un soldado más de la Columna Uno. Sin embargo, el Comandante no podía prescindir de su astucia y sus prisas como mensajero, y lo enviaba a Santiago, a Manzanillo… En una ocasión, le pidió que memorizara una lista de nombres de lugares, para que pudiera despistar a los guardias.

«Y ahí yo empezaba: “Salí de Cayo Espino, de Cayo Espino a Las Mercedes, de Las Mercedes a Las Vegas, de Las Vegas al Gabino…”. Pero me equivocaba en el orden, y Fidel me decía: “Con esos espejuelitos y esa carita de inteligente eres más bruto que el mismísimo carajo”. Mira, yo sé que te están buscando, pero si caes en manos del enemigo, Guerrita, muere con dignidad, no me vayas a echar pa´lante”. Y eso es algo que grabé muy bien en mi vida y en mi mente:  si tuviera la desgracia de caer en manos del enemigo, moriría como me lo pidió Fidel: morir con dignidad».

Siempre junto a Fidel

Aquella inquietud de sus años mozos la tuvo siempre. Hasta para conversar a veces se apuraba y las palabras le salían unas detrás de otras, en precipitada carrera, como mismo los sentimientos le brotaban al rememorar las angustias de la guerra.

El 20 de febrero de 1957 estuvo en el enfrentamiento de Palma Mocha, y de ese día no olvidó nunca cuán afligido vio al Comandante al saber de la muerte de cinco jóvenes de la vanguardia: «Palomares, Yayo, Juventino, Oliva y Frómeta. Vi a Fidel sufrir aquello enormemente, porque fue un combate muy violento, cruento de parte y parte. En la cara se le manifestaba la tristeza. Y cuando mataron a Ciro Frías me decía:

«Guerrita, Guerrita, mataron a Ciro». Yo le respondía: Comandante, en la guerra se vive o se muere. Pero él no asimilaba la muerte de Ciro».
Eran los hondos dolores de la batalla, esos que también sintió Guerrita, e incluso en carne propia, cuando lo hirieron en el combate de Veguitas, el 16 de diciembre de 1957. Una bala le destrozó un tobillo, estuvo cerca de cinco meses recuperándose, pero aún sin estar totalmente curado, con sus muletas, regresó a la Sierra, donde al poco tiempo, el 29 de agosto de 1958, supo de la muerte de su padre en el bombardeo de Cayo Espino.

Faltaba tan poco para la victoria, la que llegó justo al empezar el año 1959; y entonces comenzó para Guerrita la lucha de trabajar duro para mantener la Revolución. Fue el primer director general de Deportes del joven Gobierno, y de esos días retenía en su mente las visitas y exigencias de Fidel, siempre al tanto de todo. Luego pasó a dirigir la Defensa Civil, y cuando a inicios de octubre de 1963 el huracán Flora envolvió en un lazo de lluvias a Oriente, Guerrita estuvo al lado del Comandante tratando de ayudar al pueblo.

Las décadas pasaron volando, pero hasta hace muy poco, cuando Guerrita volvía atrás en el tiempo, agradecía haber convivido junto a hombres inmensos como Fidel, Raúl, Camilo…, y paseaba frente aquella pared de su casa llena de fotos suyas, algunas de la Sierra al lado de su esposa, también guerrillera, otras con compañeros de lucha, y en la mayoría él, con su barba y unos espejuelos de cristal oscuro, junto al Comandante, joven y sobrado de ánimos.

La última vez que lo vimos ya sentía como nunca el peso de sus casi 97 años, y como quien se sabe al final de la batalla, dijo: «Yo nunca he creído en nada, pero cuando uno se pone viejo empieza a creer. Por eso todos los días en la mañana, cuando me levanto, pido dos cosas: una, morirme ya, y la otra: que Raúl viva muchos años».

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