Homenaje póstumo a Rolando Rodríguez García

Rolando
Homenaje póstumo a Rolando Rodríguez García

Palabras del director del Centro Fidel Castro Ruz

Por:
M.Sc. René González Barrios
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Si tuviéramos que resumir en una palabra la vida de Rolando Rodríguez García lo definiríamos como, revolucionario.

Fue su existencia un peregrinar por los caminos de la historia Patria, primero, activamente haciendo Revolución, y luego, sumergido en bibliotecas y archivos en Cuba y el mundo, para reconstruir el pasado, en busca del esclarecimiento de los hechos y de experiencias para enfrentar el futuro de la nación.

De la primera etapa de su vida son los años en que, siendo estudiante, fue detenido por la dictadura de Batista por actividades dentro del movimiento estudiantil en su natal Santa Clara. Aquellos en que se sumó entusiasta a la Revolución triunfante y como estudiante de derecho de la Universidad de La Habana se unió a las milicias para subir las montañas del Escambray a combatir el bandidismo y la contrarrevolución, o para movilizarse en defensa de su Patria ante la invasión a Playa Girón o la Crisis de Octubre.

Son los tiempos en que Rolando, ávido e insaciable lector, tras recibir el título de Doctor en Derecho, en paralelo estudió Filosofía, impartió clases de marxismo en las escuelas del PURS y fundó el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, que dirigió, a la vez que se le designó director de Ediciones Revolucionarias. Son los años en que en la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana esperaba entusiasta las visitas del líder de la Revolución para intercambiar ideas y nutrirse de espiritualidad revolucionaria.

En 1967, fundó y presidió el Instituto Cubano del Libro. Un año después recibió la encomienda del Comandante en Jefe de publicar el Diario del Che en Bolivia. Por sus méritos, prestigio y resultados de trabajo, en 1976 fue designado viceministro de Cultura y presidente del Consejo Editorial de esa entidad, hasta 1981, fecha en que pasó a la Secretaría del Consejo de Ministros como jefe del área de Asuntos Sociales y, más adelante, su coordinador.

En medio de sus múltiples responsabilidades, por encomienda de la máxima dirección de la Revolución, cumplió misiones junto al presidente de Chile, Salvador Allende, como asesor en la rama editorial, lo mismo en 1979 en la Nicaragua sandinista.

Su obra República Angelical, publicada en 1989, marcó la segunda etapa de su vida. La leyó Fidel y le pidió que dedicara el resto de sus días a rescatar la historia de la Patria. Cual soldado, disciplinadamente, Rolando se sumergió en nuestra historia, en archivos y bibliotecas de Cuba, España, Estados Unidos y Venezuela, hasta su último aliento.

Nacieron de su dedicación libros que exaltan el alma y el honor de ser cubanos: Bajo la piel de la manigua; La revolución inconclusa. La Protesta de Baraguá contra el Pacto del Zanjón; La forja de la nación, en tres enjundiosos volúmenes; Martí: los documentos de Dos Ríos; Dos Ríos, a caballo y con el sol en la frente, entre otros.

Sus últimos empeños estuvieron dirigidos a describir cada uno de los períodos de gobierno de la Cuba neocolonial, empeño que sólo la muerte pudo impedir su conclusión, una vez terminado el volumen sobre el primer gobierno del nefasto Fulgencio Batista. Aún en su agonía, en cada intercambio con sus compañeros del Centro Fidel Castro Ruz, hacía planes y soñaba con obras necesarias y esclarecedoras. Convencido fidelista, Rolando nunca dejó de soñar. Llevaba en su esencia el alma indomable del general villaclareño Ramón Leocadio Bonachea, de quien siempre se sintió deudor.

Ya enfermo, nos alertaba, con su experiencia de historiador que auscultaba el pasado de la Patria, los peligros actuales, pero orgulloso mantenía la confianza en el porvenir y en los jóvenes, reconociendo la proyección de sus discípulos.

En la tarde del pasado sábado 6 de abril, nos dejó físicamente. Para el hombre que por su entrega recibiera el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas en el 2007, y el de Historia en el 2008, son válidas las palabras de nuestro Héroe Nacional: «La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida, truécase en polvo el cráneo pensador, pero viven perpetuamente y fructifican las ideas que en él se elaboraron».

Ahí está su obra como testimonio de su amor por Cuba y su fidelidad a la Revolución y a Fidel. Lo recordaremos como uno de los más importantes historiadores cubanos de todos los tiempos. Su vida, seguirá inspirando.

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