La historia en los ojos de Rolando Rodríguez

Rolando
La historia en los ojos de Rolando Rodríguez

Quizás porque estoy todavía poseído por la historia del siglo XIX. Otra de las cuestiones de las cuales no he podido desprenderme es de la Revolución del 30...

Por:
Isachi Fernández Fernández
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Cubarte
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Me lo habían definido como un comunicador de espectro amplio. En efecto, el abogado, historiador y filósofo cubano Rolando Rodríguez, Premio Nacional de Ciencias Sociales 2007, aporta con la escritura y con la voz no sólo el caudal de datos precisos y las anécdotas reveladoras, sino la pasión que contagia.

Enfático en el decir por donde desembocan figuras históricas de primera línea, a algunas de las cuales trató cara a cara, Rodríguez refiere su trabajo como fundador y primer presidente del Instituto Cubano del Libro, su vínculo con Raúl Roa, y en especial sus conversaciones con el presidente cubano Fidel Castro.

El investigador revela su método: «el histórico-evolutivo», en otras palabras, empezar por «la semilla» y acompañar el proceso.

¿Cuáles son los principales puntos hacia donde miran los historiadores cubanos de hoy?

Se trata de ver de conjunto la historia de Cuba, aunque hay algunos estudiosos que buscan segmentos que han quedado ocultos. Ese es el caso de María del Carmen Barcia con el estudio de las elites en la historia del país, o Torres Cuevas con el tema de la esclavitud. Ambos han hecho valiosos aportes. No podemos olvidar a Jorge Ibarra, a quien le debemos contribuciones relevantes.

¿Pudiera referirse al desarrollo de la historia en el país en las últimas décadas?

Ha habido un notable avance en la historiografía. Basta recordar las escuelas de historia antes del triunfo de la Revolución para señalar un salto cuantitativo y cualitativo en la formación de historiadores.

Cuando abres hoy un libro de historia y lo comparas con uno de décadas pasadas, te das cuenta de lo que se ha ganado en profundidad y en el alcance de las investigaciones y en método. Los historiadores cubanos han logrado obras de un altísimo nivel, no tienen comparación con sus antecesores, salvo con excepciones como el gran Ramiro Guerra, Julio Le Riverend, Fernando Portuondo u Oscar Pino Santos.

¿Puede hablarse de un cambio de perspectiva desde donde se mira la historia?

Prácticamente todos nuestros grandes historiadores actuales, desde Eduardo Torres Cuevas hasta Francisco Pérez Guzmán, son marxistas y desde esa perspectiva pueden mirar muy objetivamente la historia. Antes, sólo contábamos desde el marxismo a Sergio Aguirre, Raúl Cepero Bonilla o Le Riverend, cuyas interpretaciones -de los dos primeros-, a veces son muy discutibles. Los nuevos historiadores suelen tener una visión mucho más matizada, exenta de la rigidez de Aguirre, por ejemplo.

Dulce María Loynaz dijo que cuando se ha vivido una gran época se suele quedar prisionero de ella por siempre, ¿Qué opinión le merece esa afirmación?

La hija del general Loynaz no podía decir otra cosa. Su padre escribió una de las memorias más importantes de nuestra historiografía y ella fue la recopiladora de esas memorias. Lo que refirió fue su propia experiencia como hija de un general de la Guerra de Independencia. Toda la literatura de campaña cubana está llena del testimonio de la época que se vivió. Pero no sucede exactamente así en todos los casos. Yo he vivido toda la etapa revolucionaria y apenas he escrito de ese tema, viví la época de la presencia cubana en Angola, le dediqué un ensayo, pero no he hecho la historia de la revolución, ni del internacionalismo cubano en América Latina.

¿Por qué?

Quizás porque estoy todavía poseído por la historia del siglo XIX. Otra de las cuestiones de las cuales no he podido desprenderme es de la Revolución del 30, sin embargo esa no la viví, escuché sobre ella de boca de mi padre, de mi madre, y de amigos como Raúl Roa o Salvador Vilaseca.

¿Cuáles fueron esos comentarios que escuchó de sus padres?

Mi padre era miembro del ABC (organización política antimachadista de derecha). Mi madre, estudiante de la Escuela Normal de Maestros de Santa Clara, tenía un pensamiento de izquierda. Yo convivía dentro de mi propia casa con criterios diversos. Toda esa historia del Machadato fue para mí de tanta fuerza que escribí una novela ubicada en la Cuba de esa época: República Angelical. Cuando llegué a la universidad allí estaba Raúl Roa, quien me hizo anécdotas. Se trataba de uno de los líderes de la izquierda de los años 30. Estaba Lorenzo Rodríguez Fuentes, quien me contó cómo fue el barretazo que tumbó la tarja de Machado de la Facultad de Derecho, y estaba Salvador Vilaseca, que fue rector de la Universidad y me hablaba de cómo fabricaban las bombas y las ponían. Yo tenía que liquidar esa cuenta con el 30 y lo hice mediante la novela. Fue como si hubiera vivido aquellos momentos. Jocosamente digo que, a veces, estuve por salir a la calle con un sombrero de pajilla.

¿Cómo convivió usted con esa disparidad de criterios de sus padres?

El pensamiento de izquierda de mi madre me marcó, ella me hablaba del deterioro social del país y, sobre todo, del maltrato a la infancia, se trataba de una maestra y era muy sensible ante los problemas de los niños. Además, Teníamos una finca de recreo en las afueras de Santa Clara y a mi alrededor vi la miseria de los niños campesinos. Esa realidad era más fuerte que mil palabras.

¿Cuál fue su relación con Raúl Roa?

Fue mi gran amigo. Se me aparecía en el Instituto Cubano del Libro, del cual yo era presidente y nos sentábamos alrededor de mi mesa de trabajo a conversar de lo humano y lo divino, todo nos parecía interesante. Raúl me hacía lo mismo los cuentos del presidio en Isla de Pinos, que sobre los años en que él fue decano de la Facultad de Ciencias Sociales o me daba su opinión sobre el desarrollo de la Asamblea Nacional.

A veces increíblemente, a pesar de la diferencia de edades, me pedía opiniones y yo se las daba muy frescamente, como lo podía hacer un veinteañero cuando él ya era sexagenario. Ese es el Roa que recuerdo con tanta admiración, como recuerdo a menudo a Carlos Rafael Rodríguez, quien me aportó muchísimo con sus pláticas.

Le pedí que hiciera un prólogo al libro de su abuelo, Ramón Roa, A pie y descalzo. Era el único que podía hacerlo con un equilibrio, y tener en cuenta positivamente la relación entre su abuelo y Martí. Lo que escribió fue el libro Aventuras, venturas y desventuras de un mambí. Luego le pedí el prólogo para las obras de Rubén Martínez Villena, que fue su amigo, y trajo El fuego de la semilla en el surco. Roa era, además, impredecible. Cuando le dije «Raúl, ¿cómo me estás entregando otra vez un libro?", me contestó: "la próxima vez me pides un libro y tú verás que te escribo un prólogo». Ese era Roa.

En este momento, si tuviera que escoger un pasaje de nuestra historia, ¿cuál seleccionaría? ¿Cuál es el período que más le seduce?

Sigo pensando en la revolución del 30. Fue un momento que por poco cambia totalmente la historia de Cuba. Roa dijo que la revolución del 30 se fue a bolina. Ese libro fue resultado de una recopilación que hice, porque yo quería sacar la entrevista publicada en la revista Cuba. Para ello la adorné con otros textos sobre ese período. Le pregunté qué título iba a ponerle y me dijo «La revolución del 30 se fue a bolina». Un día me escribió que había querido ponerle de otra forma, más fuerte, y que por respeto al Instituto Cubano del Libro había optado por la frase «a bolina».

También me seduce mi propio momento histórico, es decir, la Revolución desde el Moncada hasta hoy. Fue la continuación del 30 y la liberación por fin del país.

Ambos períodos tienen para mí una belleza enorme por el esfuerzo tan grande de los hombres de aquella época y de la mía. Siempre hablamos de 1868 y de 1895, y se nos olvida que los años 30 fueron los de Mella, los de Guiteras, hombres maravillosos, entregados a sus ideas, y que desdichadamente perdieron. La mía es igualmente heroica, la de Fidel y Raúl, los he conocido personalmente y he vivido con toda intensidad esta etapa.

¿Qué recuerda con mayor orgullo de sus años en el Instituto Cubano del Libro?

La montaña de volúmenes que se editaron. Estamos hablando de más de 15 mil títulos y más de seiscientos millones de ejemplares. Me siento orgulloso también de haber hecho ciertos títulos, no solo del diario del Che, sino de que se editaron a marxistas desconocidos en la Cuba de entonces, como Antonio Gramsci o George Lukacs y otros que hoy todavía aportan a nuestros investigadores.

¿Qué valor le atribuye a la prensa como instrumento de la historia?

Te permite ver el pensamiento de una época y te aporta la secuencia, por ahí vas sacando el día a día de un período y los puntos de vista que se manejaban. Por ejemplo, Enrique Collazo, tan anti-yanqui, escribía en La lucha, e incluso dijo cosas que no las había sostenido nadie: le dijo a Máximo Gómez y a la Asamblea del Cerro «Ustedes están dividiendo a Cuba, han dividido las opiniones, han dividido al pueblo cubano, porque Máximo Gómez sin la Asamblea no tiene respaldo legal, la Asamblea sin Gómez no tiene respaldo popular. Los yanquis se aprovecharan». Lo dijo antes de que destituyeran a Gómez, cuando estaba alertando de lo que iba a pasar.

Siendo usted un historiador, lo más predecible hubiera sido que su primer libro fuera una investigación o una compilación de ensayos, ¿cómo fue su acercamiento a la narrativa?

Fue una novela, pero de corte histórico. Cuando yo quise escribir lo que me había contado Roa, Lorenzo Rodríguez Fuentes y Vilaseca, eso no cabía en ningún libro de historia. En esos libros yo no podía explicar por qué algunos de los personajes del 30, aunque eran de izquierda, estaban en agrupaciones de derecha y por qué habían tenido muy estrechas relaciones gente de la izquierda y gente aparentemente de la derecha. En una novela nos podemos regodear en las relaciones humanas como parte de la historia. No hay prácticamente nada de ficción en República Angelical, todo lo saqué de la prensa y sobre todo de anécdotas directas de testigos de los hechos. Por ejemplo, entrevisté al teniente Morfi que había tomado el aeródromo de Columbia, junto con los hombres del ABC, y al general Querejeta, entonces capitán que lo rescató de esas manos. Es decir, los protagonistas de los hechos me dieron versiones enfrentadas.

¿Pudiera referirnos los acontecimientos que se sucedieron después de la publicación de su primer libro?

Al publicar la novela en 1989 le dejé un ejemplar al Comandante en Jefe en su despacho. Días más tarde, se apareció Eusebio Leal en mi casa. Me anunció: «La noticia que te traigo: Fidel estaba hablando de tu novela en la inauguración de la lámpara votiva en el Memorial Granma». Me contó que había dicho: «Rolando está escribiendo una novela que tiene a Batista por protagonista». Yo no descubro a los personajes reales en la novela, él se dio cuenta inmediatamente al leer la primera hoja. Dos o tres días después alguien más me llamó para darme referencias de comentarios de Fidel acerca de mi novela. Al poco tiempo, me llamó otra persona. Me percaté de que iba a pasar algo.

Efectivamente, Gabriel García Márquez me llamó un sábado por la noche y me dijo que un amigo mío quería hablarme. El que se puso al teléfono fue Fidel. «Rolando, yo no sabía que tú eras escritor», fue su primera frase. Le contesté: «Ni yo tampoco, Comandante». Estuvimos como una hora hablando de la novela, sus protagonistas y sus inspiradores.

Como a la una de la mañana volvió a sonar el teléfono y era García Márquez para anunciarnos que Fidel nos invitaba a almorzar bacalao ese día a la una.

Estuvimos hablando de la novela hasta las cuatro de la tarde, e incluso me cuestionó dos detalles históricos, en uno de los cuales tenía razón: él decía que las tropas que yo había ubicado en avance por el Hotel Almendares no podían haber entrado realmente por allí y efectivamente al día siguiente comprobé que él estaba en lo cierto.

Cuando terminamos aquella conversación, me preguntó: «¿y tu próximo libro?. No hay próximo libro», le respondí y le comenté sobre todas mis responsabilidades, entre las cuales estaban las de asesor de la Secretaría del Consejo de Ministros, cuyas actas yo redactaba. «Ahora me explico por qué estaban tan bien escritas», me dijo, y luego agregó: «Entonces te vas de ahí. No, yo no me voy», le respondí. ¿Cómo, que no te vas a ir?, enfatizó y explicó: «Tu primer deber con la Revolución es escribir». Le contesté que no me quería ir y él agregó: «Pues yo le voy a decir a Lage que te quite todas las responsabilidades para que te dediques a escribir». Al día siguiente Lage me informó sonriente que yo estaba «destituido de todos los cargos». Me convertí así en el asesor de Lage para lo que él entiendiera.

¿Cuál es su próximo libro?

Estoy ahora investigando sobre la República y de ahí sacaré una síntesis y un libro mayor, este último debe salir en tres tomos.

¿Qué representa en relación con lo que se ha escrito de esa etapa?

No hay mucho escrito sobre el tema, sólo algún que otro libro. Hace unos días conversaba con Lage y él me decía: «Tú sobre 41 meses de la primera ocupación has escrito dos tomos» y le contesté que yo estoy escribiendo toda la historia de Cuba. Cuando termine tendré otra «Historia de la nación cubana», como la de Ramiro Guerra. El período de Estrada Palma a Machado me va a ocupar tres tomos más, supongo que el período que llega hasta 1958 me lleve otros tres, más tres que tiene Cuba: la forja de una nación, y dos de la primera ocupación, en total se llevaría once tomos mi visión de la historia cubana hasta 1959.

¿Ofrecerá su testimonio de la Revolución?

Si me alcanza la vida. La salud cuenta.

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