Maestro y discípulo

Fidel y Martí
Maestro y discípulo

«(…) El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber, y ése es (…) el único hombre práctico cuyo sueño de hoy será la ley de mañana, porque el que haya puesto los ojos en las entrañas universales y visto hervir los pueblos, llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber».
José Martí

Por:
Dioclis Durán Acosta
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El pensamiento del Apóstol de nuestra independencia estuvo presente siempre en el batallar de Fidel por el triunfo de la justicia. Cuando en una de las sesiones del juicio por los sucesos del Moncada, ante las disímiles preguntas en relación con los políticos que se encontraban presos, supuestamente por tener una participación importante en los hechos, Fidel respondió decidido que ninguno de esos políticos presos ni otros, tenían participación alguna en el asalto, ni como miembros del Movimiento. Ante las interrogantes de uno de los acusados que ejercía su propia defensa y trataba de demostrar su inocencia, Fidel respondió: «Nadie debe preocuparse de que lo acusen de ser el autor intelectual de la Revolución porque el único autor intelectual del asalto al Moncada es José Martí, el Apóstol de nuestra independencia». Esta afirmación tiene su esencia en uno de los fragmentos más emotivos de su alegato de defensa: «Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento, las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos». Tal convicción lo acompañó siempre a lo largo de su excepcional existencia.
Al igual que Martí, en el Manifiesto de Montecristi, Fidel en La historia me absolverá, hace referencia a que la raíz mambisa inspiró, alentó y acompañó su lucha contra la tiranía y reafirma la idea de que la Revolución de independencia en Cuba, se inicia desde Yara, muestra de ello fue que durante el juicio no solo evocó a Martí sino a Céspedes, Agramonte, Maceo y Gómez.
 Ambos documentos fundamentan el derecho que tienen los cubanos a la insurrección armada, inspirada en la búsqueda de la independencia y la justicia social a lo largo del tiempo. Martí expresa el derecho de emancipar de una vez a Cuba de la ineptitud y corrupción irremediables del gobierno de España, y abrirla franca para todos los hombres al mundo nuevo. Fidel, a través del mandato de nuestros mambises y a partir del pensamiento de importantes estadistas, juristas, filósofos y pensadores de muchas naciones y diferentes épocas, realiza una valerosa y aplastante denuncia no solo de los crímenes de Batista, sino de los problemas sociales que dañaban al pueblo de Cuba, en medio de la corrupción, el juego, la insalubridad, el desempleo, el analfabetismo y la prostitución imperantes, en un país donde las empresas norteamericanas eran dueñas de nuestro futuro.
 Existen otros elementos del Manifiesto de Montecristi que guardan relación con los elementos delineados por Fidel en el juicio de autodefensa por los sucesos del Moncada.
En lo referente a las fuerzas enemigas a enfrentar, Martí definió que la guerra no era contra el español, que la Revolución esperaba encontrar en ellos una afectuosa neutralidad o una verdadera ayuda que permitiera una guerra más breve, con menos desastres, y lograr de forma más fácil y amiga, la paz en que pudieran vivir los padres y los hijos. Con relación a tal afirmación, Fidel explica que la intención no fue nunca luchar con los soldados del regimiento, sino apoderarse por sorpresa del control y de las armas, convocar a la población e invitar a los militares a abandonar la odiosa bandera de la tiranía y abrazar la de la libertad, a defender los grandes intereses de la nación y no los mezquinos intereses de un grupito; virar las armas y disparar contra los enemigos del pueblo, y no contra el pueblo, donde están sus hijos y sus padres; luchar junto a él, como hermanos que son, y no frente a él, como enemigos que quieren que sean; ir unidos en pos del único ideal hermoso y digno de ofrendarle la vida, que es la grandeza y felicidad de la patria.
En la organización de la guerra necesaria, Martí advirtió que los cubanos acaudalados, temerosos de una revolución popular, engrosaban el Partido Autonomista o buscaban la anexión a EE.UU. Consideró que el baluarte fundamental de la independencia radicaba, pues, en la población humilde, sobre todo en el proletariado. De igual manera alertó: «Cubanos hay ya en Cuba de uno y otro color, olvidados para siempre —con la guerra emancipadora y el trabajo donde unidos se gradúan— del odio en que los pudo dividir la esclavitud».
Referente al tema de la unidad considera que solo el Partido Revolucionario Cubano sería capaz de encontrar las formas que le aseguren la unidad y vigor indispensables a una guerra culta, el entusiasmo de los cubanos, la confianza de los españoles y la amistad del mundo.
 Refiere que Cuba, en un plazo de pocos años, será el nudo del haz de islas donde se ha de cruzar el comercio de los continentes. Esto será un suceso de gran alcance humano y de servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas, presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo.
Por último, hace referencia a la honra que se siente  cuando la sangre valerosa de un guerrero de Cuba o  de otro pueblo riega nuestra tierra en la lucha por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo y a la imperiosa necesidad de mantener toda esta estrategia de lucha y la propia Revolución, lo más alejada posible de los oídos del vecino del norte.
Fidel, martiano de convicciones, mantuvo en absoluto secreto el plan, el lugar y el momento para realizar la acción, así como la compra y el traslado de las armas. Los escasos recursos reunidos para comprar las armas y preparar el asalto al Moncada, salieron del sacrificio de sus humildes organizadores, y no de la contribución de politiqueros corrompidos y reaccionarios.
Seleccionó a los combatientes de un grupo de 1 200 jóvenes entrenados y preparados de forma clandestina que pertenecían, principalmente, a las filas de los trabajadores, los hambreados, los explotados, a las capas más humildes del pueblo, porque solo esos hombres serían capaces de entender hasta dónde era necesario llevar el proceso revolucionario. Ahora bien, esto no significó el rechazo a otras clases, capas y sectores interesados en el derrocamiento de la tiranía y en el restablecimiento de las libertades y derechos democráticos.
Redactó el programa revolucionario expuesto en su alegato con determinada prudencia. Según sus propias palabras, primero lo pronunció y después lo escribió con cuidado, sin emplear una terminología marxista pero sí una síntesis de las ideas martianas y marxistas.
Deja claro en su alegato, que la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del continente, que todo aquel que necesitase ayuda desinteresada, tendría las puertas de Cuba abiertas y que los perseguidos políticos por las sangrientas tiranías de la región, encontrarían en la patria de Martí, asilo generoso, hermandad y pan.
Fidel, fiel continuador del ideario martiano, trabajó con ahínco el tema de la unidad, en primer lugar, la unidad de acción contra la tiranía y su régimen de oprobio. Esta es una de las razones por las cuales el Programa del Moncada no incluyó determinados planteamientos, como la nacionalización de las grandes empresas, fue el interés de dotar al Movimiento de una base social lo más amplia posible, sin que esa amplitud pusiera en peligro los fines revolucionarios. En el centro de esos esfuerzos unitarios se hallaban, desde luego, los sectores democráticos y progresistas. Al igual que Martí en su tiempo, Fidel enfrentó situaciones caracterizadas por hondas discrepancias entre las fuerzas populares, pero tuvo la lucidez para comprender que accionar en virtud de superar esas diferencias, constituía la piedra angular y decisiva para conquistar la victoria, por tanto, se dio a la tarea de cohesionar en un bloque indestructible a todos los revolucionarios cubanos.
Para concluir voy a citar estas palabras, pronunciadas por el joven abogado Fidel Castro Ruz, en su alegato de autodefensa La historia me absolverá, que definen a todas las generaciones de cubanos dignos:
«Pero hay una razón que nos asiste más poderosa que todas las demás: somos cubanos, y ser cubano implica un deber, no cumplirlo es un crimen y es traición. Vivimos orgullosos de la historia de nuestra patria; la aprendimos en la escuela y hemos crecido oyendo hablar de libertad, de justicia y de derechos. Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires. Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí fueron los primeros nombres que se grabaron en nuestro cerebro; se nos enseñó que el Titán había dicho que la libertad no se mendiga, sino que se conquista con el filo del machete; se nos enseñó que para la educación de los ciudadanos en la patria libre, escribió el Apóstol en su libro La Edad de Oro: «Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado».
«(...) En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Ésos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana...».
Se nos enseñó que el 10 de octubre y el 24 de febrero son efemérides gloriosas y de regocijo patrio porque marcan los días en que los cubanos se rebelaron contra el yugo de la infame tiranía; se nos enseñó a querer y defender la hermosa bandera de la estrella solitaria y a cantar todas las tardes un himno, cuyos versos dicen que vivir en cadenas es vivir en afrenta y oprobio sumidos, y que morir por la patria es vivir.

Bibliografía
1.  Castro Ruz, Fidel. La historia me absolverá. Edición anotada. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1993.
2.  Martí Pérez, José Julian. Manifiesto de Montecristi. Centro de Estudios Martianos, 2008.Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2008.

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