Máximo Gómez y la Quinta de los Molinos

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Máximo Gómez y la Quinta de los Molinos

Precisamente un 24 de febrero, pero de 1899, hace hoy 123 años, entraba Gómez a este recinto, sin pompas ni grandes protocolos, mimado y arropado en el inmenso cariño que le profesara el pueblo y sus heroicos y estoicos mambises

Por:
M.Sc. René González Barrios
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El 24 de febrero de 2020, en un acto de esfuerzo personal muy típico de su estirpe, con la salud herida, pero apasionado como siempre, Eusebio Leal dejó inaugurada las dos primeras salas del museo. Abría el camino a la materialización de un amado sueño, levantar un sitial a la memoria del Ejército Libertador de Cuba y a uno de los más importantes paladines de la independencia americana; dominicano de origen, antillanista por convicción, cubano por merecimiento: el mayor general Máximo Gómez Báez.

Al escoger este lugar para tan altruista fin, se rendía tributo a la genial idea del Generalísimo de convertir la antigua residencia de los Capitanes Generales en La Habana, en el Cuartel General del Ejército Libertador.

Precisamente un 24 de febrero, pero de 1899, hace hoy 123 años, entraba Gómez a este recinto, sin pompas ni grandes protocolos, mimado y arropado en el inmenso cariño que le profesara el pueblo y sus heroicos y estoicos mambises.

Llegaba de un dilatado periplo en tren, que lo condujera desde la ciudad de Remedios hasta la capital. En aquella villa, cuya región fuera otrora teatro de sus operaciones militares, Gómez recibió grandes demostraciones de respeto y cariño tanto por cubanos como españoles. Junto a Martí, el viejo guerrero había patentizado en el Manifiesto de Montecristi que la guerra era sin odio y no contra el español a quien la Revolución acogía con los brazos abiertos, sino contra el sistema colonial que nos avasallaba. No en balde, su escolta estaba compuesta por un número nada despreciable de españoles al servicio de Cuba.

De Remedios pasó a Placetas y Sagua la Grande, donde fue recibido con banquetes y bailes en su honor y el calificativo de Padre de Cuba. La comitiva lo llevó a Rodrigo y Santo Domingo, donde el pueblo lo bautizaba como Padre de la Patria. De allí a Lajas, Cruces, Ranchuelo, La Esperanza, Santa Clara y Cienfuegos, con baile en el Teatro Terry. En Cárdenas, Matanzas, lo aclamaron como Apóstol de la Paz y en Jovellanos, la colonia española lo llamó Apóstol de la Concordia y los cubanos, nuevamente, Padre de la Patria. Pasó por Coliseo, Limonar, Guanábana, la ciudad de Matanzas y en La Habana, por Güines, Melena, Durán y San Felipe. En Bejucal, las fuerzas mambisas de la localidad lo recibieron con salvas de fusilería y los acordes del himno de Bayamo. El día 23 de febrero, arribó a Marianao, donde lo esperaba un mar de pueblo y el ayuntamiento le obsequiara un banquete y baile.

El 24, las calles de La Habana lo vitorearon. Le lanzaron flores, le aclamaron y declamaron. Cuba lo amaba y él amaba a este pueblo al que se había entregado completamente desde su arribo a la isla, en 1865.

Por todas partes preconizaba paz, unión y concordia. Era un momento sumamente complejo para la historia de Cuba. El país destruido como consecuencia de la guerra, la reconcentración de Weyler y el férreo bloqueo estadounidense, previo a la intervención. Un ejército de héroes bajo su mando, casi en harapos, debía convivir con una poderosa fuerza ocupante que lo despreciaba y temía y con el mismo poder económico y administrativo que sostuvo a España en Cuba en los años de guerra. Se respiraba frustración. Él, sin embargo, inspiraba confianza, seguridad, optimismo y futuro.

Fueron días en que el genio y el virtuosismo del venerable anciano, al que el pueblo veía como al Libertador de la Patria, y el más grande sobreviviente de aquellos pioneros, que en octubre de 1868 encendieran la llama redentora, se convertía en poderoso estandarte. Junto a Gómez, aquel 24 de febrero, entraban a la Quinta de los Molinos, Céspedes y Agramonte, Vicente y Calixto y sobre todo, Maceo y Martí. Entraba, junto a su estado mayor, el ejército de pueblo que durante treinta años desafió al más poderoso ejército colonial desplegado en América.

La Quinta no fue para Máximo Gómez lugar de reposo. Desde su llegada, desplegó una intensa actividad. Recibió a las viudas del Padre de la Patria y del Apóstol de la independencia, a esposas e hijos de combatientes, a humildes mujeres y hombres de pueblo; a gentes de cultura, comercio y ciencia. Desde la Quinta, preocupado siempre por la salida inmediata de las tropas de ocupación, lidió, con elevada ética y pundonor ejemplar, con el general interventor John Brooke. Desde aquí, a caballo, fue a Punta Brava y al Cacahual, tras las huellas y los restos de su adorado Panchito y el general Antonio Maceo.

Aquí recibió al pueblo, y se convirtió en su confesor y principal defensor. Fue este un lugar de peregrinación de mambises y multitudes. Fue también fuente de sufrimientos. Aquí, en tiempos de ánimos crispados y pasiones desbordadas, recibió la noticia de su deposición como general en jefe del Ejército Libertador por la Asamblea de Representantes. Fue entonces que, al amparo de estas paredes, escribió, el 12 de marzo de 1899, el histórico Manifiesto en el que humildemente expresara:

«…Extranjero como soy, no he venido a servir a este pueblo, ayudándole a defender su causa de justicia, como un soldado mercenario, y por eso desde que el poder opresor abandonó esta tierra y dejó libre al cubano, volví la espada a la vaina, creyendo desde entonces terminada la misión que voluntariamente me impuse.

Nada se me debe y me retiro contento y satisfecho de haber hecho cuanto he podido en beneficio de mis hermanos.

Y en donde quiera que el destino me imponga plantar mi tienda, ahí pueden los cubanos contar con un amigo».

La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, a la cabeza de un esforzado y profesional equipo de diseñadores, museólogos, restauradores, historiadores, técnicos, obreros de la construcción y el animoso colectivo de trabajadores de la Quinta de los Molinos, haciendo gala de las enseñanzas del Leal historiador amante de nuestras glorias patrias, nos entregan este excelente museo con su biblioteca, para rendir tributo al Generalísimo Máximo Gómez, sus fieles y aguerridos mambises y a los cientos de extranjeros que, solidarios, hicieron propia la causa de nuestra independencia, en la que muchos dejaron su vida.

Aquí podrá hallar, quien lo visite, recorriendo la vida del Generalísimo, parte importante de la historia de Cuba, que no se puede escribir sin mencionarle. Podrá apreciar el alma transparente y noble de un hombre sencillo y humilde que desbordaba cariño y dulzura a sus hijos, a sus subordinados y al pueblo. Su inigualable genio militar apreciado incluso por sus enemigos; el general español Arsenio Martínez Campos lo enaltecía como el primer guerrillero de América. Se apreciará la vida en campaña del Ejército Libertador, los proyectos de monumentos en su honor y sus días en este sitio.

Nos queda pendiente un último compromiso con Eusebio y con Gómez: rescatar la vivienda en que falleció el general en junio de 1905. Cerraríamos un ciclo, honrando la memoria de un gigante americano, inspirador de pueblos y de generaciones de internacionalistas cubanos.

Este lugar, soñado como museo mambí por Leal y Fidel, debe convertirse en un faro de cubanía y patriotismo. Abundan en Cuba mujeres y hombres de espíritu mambí.

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Gladys
26 de Febrero del 2022
Muy hermoso escrito viva Cuba felicitaciones