México y Cuba: una sola Patria

escultura tuxpan
México y Cuba: una sola Patria

La historia de las relaciones entre nuestros pueblos, sellada con sangre, nos confirma la visión estratégica de Martí y de Fidel. México es, para los cubanos, casa propia

Por:
M.Sc. René González Barrios
|
1
|

Share Everywhere

Para los cubanos, México, por diversas razones, es sagrado. Como dijera el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz aquí, en Santiago de la Peña, en diciembre de 1988, no se trata de un país amigo, sino de una nación hermana. A lo largo de la historia, la Patria de Benito Juárez ha sido refugio seguro y hospitalario de revolucionarios y emigrados de todo el mundo. En las más diversas épocas, los patriotas cubanos, han tenido en ella una segunda Patria.

Lo fue para el más de un centenar de cubanos que en busca de ayuda para combatir a España en la primera mitad del siglo XIX, terminaron en estas tierras luchando contra las invasiones norteamericana y francesa. Para los generales habaneros Pedro Ampudia y Anastasio Parrodi que llegaron a ser ministros de Guerra y Marina de Benito Juárez durante la Guerra de Reforma; para el poeta santiaguero
Pedro Santacilia, ayudante del Benemérito de las Américas durante la lucha contra el imperio francés de Maximiliano y su yerno; para los poetas José María Heredia, Juan Clemente Zenea y Alfredo Torroella; para José Martí; para Máximo Gómez y Antonio Maceo, y para los miles de cubanos que en los siglos XIX y XX recibieron el abrazo caluroso de un pueblo que los acogió y protegió como a hijos.

José Martí llegó a afirmar «México es tierra que todos los cubanos debemos amar como la nuestra», y que, de no haber nacido en Cuba, hubiera deseado nacer en este país. Fidel explicaba que aprendió a amar a México leyendo a José Martí, y profesó por esta tierra y sus hijos, un amor sincero y una amistad a toda prueba.

Amparado en la protección del embajador de México en Cuba, don Gilberto Bosques, el 7 de julio de 1955 salió de la isla rumbo a México, Fidel Castro Ruz. Comenzaba ese día uno de los periodos más intensos de su vida revolucionaria, el de combatiente del exilio.

Su etapa mexicana fue huracanada por su intensidad. No perdió segundo ni oportunidad. Su mente estuvo concentrada en la independencia total y definitiva de Cuba. Con discreción y sigilo dignos del mayor encomio, organizó militarmente al futuro ejército rebelde en casas y campamentos dislocados por todo el país, elegidos en la mayor clandestinidad. De manera similar, en pos de la disciplina revolucionaria, reglamentó la vida de aquellos hombres, futuros soldados. Estableció métodos de superación política y cultural, y en la aguerrida y peculiar convivencia, fue identificando a los futuros cuadros de la Revolución.

Las experiencias históricas del espionaje español y norteamericano tras los próceres de la independencia en la emigración y de los esbirros de Machado y Batista, contra los revolucionarios cubanos en el exilio, servían de alerta. El recuerdo del asesinato de Julio Antonio Mella en México constituía una amarga lección.

Su olfato guerrillero le permitió encontrar en cada estrato de la vida social mexicana, al amigo o colaborador para cada momento o misión. Antonio del Conde y Pontones, el entonces misterioso «Cuate», le fue imprescindible y clave en el éxito del proyecto revolucionario. También lo fueron Arsacio Vanegas y Kid Medrano, los luchadores profesionales que le ayudaron a entrenar y preparar físicamente a los futuros expedicionarios.

Irma y Joaquina Vanegas ofrecieron su casa como campamento y cual sacerdotisas, atendieron estoicamente a los muchos combatientes que en su histórica y antigua casona colonial se albergaban. Encontró en Alfonsina González una colaboradora insustituible, en Clara Villa y Alicia Zaragoza, a mujeres capaces de cumplir las más arriesgadas misiones.

La colonia republicana española le buscó y admiró, con el general Alberto Bayo a la cabeza, quien se convirtió, a solicitud de Fidel, en el instructor militar de los revolucionarios. El gallego Ramón Vélez Goicochea, con su modesta bodega, fue garantía en el aseguramiento logístico.

En muy poco tiempo recorrió el país. Alistó campamentos en Santa Catarina de Ayotzingo, cerca de Chalco, Estado de México, y en el Rancho de Abasolo, en Tamaulipas, al norte del país, muy cerca de Ciudad Victoria. En Veracruz y Jalapa habilitó casas para descongestionar la presencia revolucionara en el Distrito Federal.

Como Martí, preconizó el ideario revolucionario y utilizó la tribuna pública cuando fue necesario. Promovió la unidad de todas las fuerzas y aquí firmó con José Antonio Echeverría, presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, la Carta de México, documento paradigmático de integración revolucionaria.

Fidel conoció el México profundo y se identificó con el indio. No olvidó la causa del hermano pueblo de Puerto Rico y fiel a su ideario internacionalista, enroló en la expedición del Granma a un dominicano, un italiano, un mexicano y al argentino Ernesto Guevara de la Serna, el Che, quien se convertiría en uno de los mejores combatientes de la futura expedición, y modelo y símbolo del hombre nuevo.

Intensamente perseguido, guardó prisión. Su captor, Fernando Gutiérrez Barrios, terminó siendo su amigo. La mano protectora del general Lázaro Cárdenas tendió un manto sagrado sobre Fidel y sus hombres y logró la libertad. No obstante, la CIA y los servicios secretos del dictador Fulgencio Batista no cejaban en su intención de asesinarlo.

La operación de compra, reparación, alistamiento, traslado de combatientes y salida del yate Granma hacia Cuba, debe su éxito a la genialidad del discreto y compartimentado conspirador que fue Fidel.

México fue el prólogo libertario de una historia que comenzó a escribirse el 24 de noviembre sobre las aguas del río Tuxpan, a bordo del yate Granma. En la memoria mexicana caló profundamente la epopeya de aquel grupo de decididos peregrinos que fieles a sus ideas cumplieron el compromiso de, «(…) en 1956, ser libres o ser mártires».

La dimensión histórica del triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959 causó en el pueblo mexicano un profundo impacto. La hospitalaria Patria de Juárez había servido bien a Cuba y apoyado con ejemplar desinterés a los futuros combatientes cubanos mientras se preparaban en México para la venidera gesta. La salida del Granma desde Tuxpan sembró la semilla del misticismo. El triunfo de la Revolución Cubana desbordó una leyenda de la que hoy viven orgullosos cientos de convencidos y apasionados mexicanos, que la alimentan y enriquecen hasta donde les permite su imaginario real maravilloso.

No faltan los cientos de amigos del Che Guevara, de Camilo Cienfuegos, de Fidel Castro y su hermano Raúl y, en torno a ellos, las más disímiles e increíbles historias, todas contadas con tal nivel de apasionamiento, que ofendería a sus narradores el más mínimo desmentido o aclaración. La leyenda está viva, enraizada, y sus frutos permanecen imperecederos en el imaginario popular.

Pero la leyenda no se limita a Tuxpan. Corre por cada rincón de la geografía mexicana donde se sabe anduvieron los cubanos del Granma. En Mérida, Veracruz, Jalapa, Cuernavaca, Ciudad Victoria, Monterrey, Toluca y sobre todo en el Distrito Federal, se pueden recoger con facilidad los más variados testimonios.

Sería larga e interminable la relación de historias como estas que enaltecen el culto a Cuba, su Revolución y sus líderes, en un pueblo que nos quiere y nos identifica como lo que somos: hermanos. La leyenda, imborrable, vivirá eternamente.

A la sangre de los cubanos caídos en defensa de la soberanía de México en las guerras de Texas, contra las invasiones estadounidense y francesa en el siglo XIX, se une la de los mexicanos caídos combatiendo en los campos de Cuba al colonialismo español.

En 1821, nacido México a la independencia, el cubano Gerónimo Cardona formaba parte de la compañía de infantería que defendía Tuxpan. Años después, como general del Ejército Mexicano, combatió la invasión estadounidense. También ocupó plaza en esta ciudad José Antonio Mejía, otro cubano que alcanzó el generalato peleando por México.

En septiembre de 1895, dos habitantes de esta ciudad, el teniente Enrique San Germán y el ingeniero Salustio Ambros, escribían al Partido Revolucionario Cubano en Nueva York, ofreciéndose para pelear por Cuba.

Años después, en 1914, cuando la ciudad de Veracruz fue ocupada por los invasores yanquis, cayeron en combate defendiéndola los cubanos José Sierra, Lorenzo Barreras y Mario Pérez, quienes entonces vivían en la heroica ciudad.

La historia de las relaciones entre nuestros pueblos, sellada con sangre, nos confirma la visión estratégica de Martí y de Fidel. México es, para los cubanos, casa propia.

El yate Granma, salido de Tuxpan, continúa navegando proa al porvenir. Gracias México por no fallarle a Martí, por no fallarle a Fidel, por no fallarle a Cuba. Gracias Tuxpan por este museo y por este Granma, hermoso monumento a la amistad y la hermandad. Cuba le estará eternamente agradecida.

Un fuerte y eterno abrazo

Haga su comentario

Este sitio se reserva el derecho de publicación de los comentarios. Aquellos comentarios denigrantes, ofensivos, difamatorios, no serán publicados.

Alfonso
09 de Enero del 2024
Hola!!

Excelente historia de Cuba Mexico, algo sensacional que los hace hermanos y juntos hacen historia, algo lleno de cultura como los paises hermanos que son.
Pronto... muy pronto visitare Cuba, quiero ver sus hermosos paisajes, calles, casas, carros y por que no? visitar una de sus peculiares cantinas donde pienso tomar uno tragos y escuchar su musica, ooohh su musica.
Viva Cuba!!!!