Palabras de elogio a la obra del Dr. Rolando Rodríguez García. XXIII Feria Internacional del Libro de La Habana, 15 de febrero de 2014

Rolando
Palabras de elogio a la obra del Dr. Rolando Rodríguez García. XXIII Feria Internacional del Libro de La Habana, 15 de febrero de 2014

Diría que su credo más sagrado ha sido el sacerdocio a la Patria bajo la guía espiritual de Céspedes, Martí, el Che y Fidel

Por:
M.Sc. René González Barrios
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Quiero ser exacto y breve, para referirme, con justeza, a un hombre imprescindible. Y lo califico como tal, pues su obra como ser humano, como revolucionario y como intelectual comprometido con la Patria y nuestra Revolución, tienen una impronta, una huella, que lo convierte en referencia obligada de quien decida sumergirse en la investigación de la historia de Cuba.

Como mis colegas con toda seguridad, serán pródigos en comentar varios de sus trascendentales libros, me limitaré en mis palabras a reflexionar sobre dos momentos de la vida de Rolando Rodríguez García, este cubano que desde hace varios años con el ejemplo de su vida ha esculpido su nombre entre los grandes hacedores de la historia y de las letras cubanas. Y digo hacedor en sus dos acepciones; una por escribirla y otra por protagonizarla.

Sobre el protagonista, debo comenzar refiriéndome a su fe, devoción, y entrega, en el cumplimiento de las misiones y tareas que se le han encomendado y la responsabilidad y estoicismo con que trabaja Rolando. Pareciera, sobre todo desde que comenzó a elaborar la zaga de obras iniciada con Bajo la piel de la manigua, ese apasionante libro del que brota la grandeza y majestuosidad de Carlos Manuel de Céspedes, que su vida es una carrera desesperada contra el tiempo, en pos de desentrañar historias y legar a la posteridad un tesoro documental imprescindible para entender nuestro decursar político, económico, cultural y social; para entender a Cuba.

Rolando ha demostrado estar a la altura de los grandes paladines de nuestra historia. Con una salud no siempre a su favor, deteriorada por momentos por los efectos de su incansable dedicación y entrega a la obra de la Revolución, con una disciplina casi militar, no ha descansado ni un minuto, entregado a crear y a servir.

Diría que su credo más sagrado ha sido el sacerdocio a la Patria bajo la guía espiritual de Céspedes, Martí, el Che y Fidel. Esa es la fe que lo llevó muy joven a levantarse contra los desmanes de la dictadura de Fulgencio Batista, allá en su natal Santa Clara, cuando todavía era un adolescente.

Conocí a Rolando hace muchos años, cuando siendo yo un joven oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, con apenas incipientes resultados como investigador histórico, me llamó personalmente para intercambiar ideas y reflexiones sobre una personalidad muy polémica de nuestras gestas independentista. Más que honrado me sentí al debatir, con total transparencia e igualdad, con aquel hombre a quien ya admiraba por su obra, y que por su edad y experiencias podía muy bien ser mi padre.

Largo resultó aquel primer encuentro. Desde entonces, mediados de la década del 90 del pasado siglo, han sido frecuentes las consultas mutuas y se ha consolidado entre nosotros una relación de amistad, hija del trabajo y la identidad de ideas y principios.

La vida de Rolando pudo haber tenido diversos derroteros. Poco lo imaginan vestido de verde olivo, fusil en mano, desandando montes, montaña arriba, montaña abajo, para combatir como miliciano, a las bandas contrarrevolucionarias que el imperialismo norteamericano insertó en el macizo montañoso del Escambray, en el centro del país. O empuñando las armas para defender el suelo patrio cuando la invasión a Playa Girón y la Crisis de Octubre. Como joven de su tiempo, quizás pensando en los forjadores de la nación, se entregó a Cuba, a las gloriosas batallas de la hermosa década de los 60, cuando aquella generación de soñadores, herederos de las ideas de Martí y seguidores de Fidel, decidieron con romántica mística, refundar una patria nueva, erguida en los principios más puros del socialismo.

En aquellas circunstancias, Rolando cambió el fusil por el aula, y después por la pluma. Se dedicó a formar hombres y promover la cultura nacional a través del libro. Fue viceministro de Cultura. Como soldado de la Revolución, no ha hecho otra cosa que servir con honor donde ha sido demandado su esfuerzo y capacidad. Ese es, en mi concepto, su principal mérito como intelectual revolucionario.

Hoy su obra fuera más intensa, copiosa y profusa, si su rica hoja de servicios no estuviera pletórica de honrosas tareas como hacedor de la historia.

Cuando ha tenido la oportunidad, no ha desperdiciado un segundo de ese recurso tan demandado por los intelectuales que es el tiempo. En la lectura, y sumergido en los archivos de Cuba, Estados Unidos y España, ha rebuscado el dato preciso, no para desmontar mitos, sino para argumentar razones, aclarar episodios y aportar análisis para el enriquecimiento del conocimiento colectivo.

Deseo detenerme en un trabajo poco conocido de Rolando y que se  diferencia de sus últimas entregas por la brevedad de su extensión y la riqueza en el análisis político e histórico. Me refiero a su folleto titulado Cuba y la victoria militar y diplomática sobre la Sudáfrica del apartheid: un punto de vista cubano.

Tan oportuno y exhaustivo ensayo, dio a la luz poco tiempo después de la retirada de las tropas cubanas de Angola, cuando los enemigos de la Revolución comenzaban a conjeturar e interpretar con visiones lastradas de bilis imperial, la gloriosa repercusión internacional y nacional, de aquella epopeya, tratando de escamotear a Cuba sus méritos en la derrota del Apartheid.

Se trata de un ensayo medular, en el que Rolando explica, con meticulosidad y rigor de político o estratega, los efectos de la combinación perfecta que la dirección de la Revolución desplegó para ganar aquella contienda africana: la guerra en dos escenarios diferentes de batalla, el militar y el diplomático.

La calidad de este trabajo, síntesis de una de las páginas más hermosas de nuestra historia en todos los tiempos, lo hacen referencial. A la tentación de publicarlo, no renunció en su momento ni la Revista de Historia Militar del Ministerio de Defensa de España.

Tomo de referencia este ensayo poco conocido de Rolando, porque en él dejó esbozado el guión de lo que pudiera constituir una obra futura inmensamente necesaria para las nuevas generaciones de cubanos, cuyos referentes internacionalistas tuvieron y tienen como principal estandarte identitario, la gloriosa epopeya angolana.

Creo recoger el sentir de muchos cubanos al desear a Rolando salud, fuerza y energía para continuar su titánica obra historiográfica, con sólidas entregas sobre la historia de la época que le tocó vivir; de esta Revolución de la que ha sido protagonista y actor excepcional.

Gracias Rolando por tu vida y por tu obra.

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