Presentación del libro Fidel Castro. El arte de gobernar

Yunet
Presentación del libro Fidel Castro. El arte de gobernar

Muchas gracias a todos los que han llegado hasta aquí esta mañana para ser testigos del nacimiento de este libro: Fidel Castro, el arte de gobernar. Una aproximación a los métodos y estilo de trabajo del Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, bajo el sello de Ediciones Alejandro del Centro Fidel Castro Ruz

Por:
Yunet López Ricardo
|
2
|

Share Everywhere

Este es un libro que comienza salpicado por las aguas dulces del río Manacas, donde siendo apenas unos niños, Fidel y sus hermanos, de una de las familias más ricas de Oriente, jugaban junto a los hijos de los trabajadores pobres de la finca, una imagen que retrata la educación que recibían de sus padres, Ángel y Lina, viendo a todos por igual, sin miradas por encima del hombro, en una casa donde el respeto, la austeridad y la ética eran tan fuertes como los troncos de los cedros crecidos en las colinas cercanas.

Allí, en Birán, a la sombra de los pinares perfumados, está la raíz de los valores de Fidel, esos que se fortalecieron después con la resistencia que aprendió de los jesuitas, sus lecturas de Martí en el bachillerato, su paso por la Universidad de La Habana, —donde se adentró en la lucha política universitaria y nacional—, y las batallas que libró durante la guerra en las montañas de Oriente. Todas estas vivencias fueron conformando su carácter y sus valores, los que definieron, sin lugar a dudas, sus modos de hacer luego del triunfo de la Revolución.

El arte de gobernar no se trata de una metodología que explique por puntos e incisos sus métodos de trabajo, es para mí como un brocal donde todo el que se asome podrá sentir a Fidel más de cerca; este es un libro que pretende estremecer pensamientos, remover conciencias, un libro para emocionar, en un viaje que va desde su cuna hasta sus últimos días de vida, y así podrá quien lo lea aprehender e interpretar al Comandante a través de su propia palabra, sus escritos, sus libros, documentales extraordinarios como el de Saúl Landau, valoraciones tan preciadas como las de su hermano Raúl y, sobre todo, a través del testimonio de quienes estuvieron durante décadas a su lado.

En estas páginas, por primera vez se publican los recuerdos de muchos de los que trabajaron junto a él una vida entera: escoltas, ayudantes, taquígrafas, gastronómicos, humildes trabajadores del Palacio de la Revolución, compañeros de lucha, y también intelectuales, economistas, científicos, escritores, periodistas… A todos ellos agradezco infinitamente por tantos años dedicados a nuestro Comandante, por la humildad, la consagración, el cariño a él, y, por supuesto, por abrirnos la puerta de sus memorias.

Por eso, andar por estos renglones será, por ejemplo, escuchar al Comandante de la Revolución José Ramón Machado Ventura hablar sobre aquel Fidel que en la guerrilla estaba al tanto de todo, y recorría la fila de combatientes conversando con cada uno, fijándose en cada detalle, desde quién tenía más dificultad para la marcha, o si alguien andaba descalzo, siempre intranquilo, alerta e incansable.

Recorrer estas más de 400 páginas será encontrar la voz de Carmita, una pinareña noble que, como primera secretaria del Partido en Pinar del Río, vio llegar muchas veces a Fidel a esas tierras cuando amenazaba un huracán, y por escucharlo hablar como él lo hacía, bajito, despacio, como los sabios, ella pudo descubrir al ser tan sensible que vivía donde mismo el jefe recio y exigente, el mismo que una madrugada, luego de un día de trabajo, conversó durante horas con ella y su hijo, y le pedía al niño que se portara bien, que cuidara a su mamá, y en esos momentos no era la orden de un Comandante, sino el cariñoso consejo de un padre, de un abuelo.

También emergerá en la lectura, entre muchos otros, Cedalia Cabrera, una mujer de ojos despiertos que durante décadas estuvo a pie de obra realizando muchos de los sueños de Fidel; y también Cándido Palmero, un hijo del Escambray que en las lomas de Hanabanilla conoció al Comandante cuando corría la primera década de la Revolución.

Fidel estaba allá, en un campamento, durmiendo todavía en los montes luego de casi 10 años del triunfo. Ese fue un método de trabajo que siempre empleó, ir él, personalmente, hasta los sitios más intrincados, para ver con sus ojos lo que sucedía, para sentir cómo se vivía allí, qué más podía hacer la Revolución por esas personas, y entonces, después de escucharlos, las ideas le surgían, aparecían sus ingeniosas soluciones y él repartía las tareas, pero no para olvidarlas, pues siempre chequeaba y comprobaba que se estuvieran desarrollando.

Hasta su campamento en Hanabanilla llegó Palmero, y a Fidel le explicaron que era un joven con una trayectoria muy buena en la lucha contra bandidos, de militante del Partido, y respondió: «No, gente con esos méritos no lo quiero de alcalde, yo lo quiero de constructor conmigo». Y a los dos o tres días, ya Palmero era jefe de las Brigadas constructoras del Escambray, porque Fidel siempre supo que donde se trabaja más duro deben estar los hombres más valiosos.

Tal vez por eso él nunca prefirió gobernar detrás de un escritorio, o pasar sus días entre reuniones, papeles y firmas. No es que renunciara al trabajo de mesa, a la investigación profunda, a la necesidad de reunirse con sus subordinados, pero no se detenía ahí, conocía el alto costo de dirigir, de administrar lejos de las masas, y por eso era su costumbre hablarle durante horas a la gente, o irse a recorrer el corazón del país en aquellos jeeps verdes, en los que se parecía de improviso en cualquier rincón de Cuba.

Ese fue su principal método de trabajo: el vínculo constante con el pueblo, llegar a hasta las fábricas y ponerle la mano en el hombro al obrero, escucharle sus problemas, darle la seguridad de que no estaba solo, que la Revolución lo acompañaba, o llegar a los hospitales y conversar con los pacientes, preocuparse por sus dolencias, sus tratamientos. Ejemplos hay miles, y en lo que coincidieron todos los testimoniantes del libro, fue en lo genuino de esa actitud de Fidel, porque su preocupación por el hombre nacía de lo más profundo de su ser, de su enorme sensibilidad; y ese era el motor que lo hacía sentir como suya la pena ajena, lo que le permitió llevar el humanismo a la política. Fue su sensibilidad la que lo impulsó siempre a soñar y a concretar lo imposible.

Además, como decía el Che, tenía la moral para pedirle a este pueblo cualquier sacrificio. Ahí están las fotos, fue siempre el primero en la línea de fuego, el primero en irse a cortar caña cuando fue necesario, el primero en dar el ejemplo, ese líder que en el Período Especial tenía las botas desgastadas y no aceptaba unas nuevas enfrentó las carencias como mismo lo hizo el pueblo, y se convirtió en el horcón fundamental, en el faro que guio a los suyos por el camino de la resistencia y de la victoria.

Él era un hombre curtido en los sacrificios, con una inmensa voluntad de hacer, de continuar, y por eso, por los sueños que aún debía construir, tenía la firmeza para imponerse a todo y, por supuesto, hasta al cansancio.

Sobre esto, en este libro están las voces de sus taquígrafas, quienes tantas veces le arrebataron al aire sus palabras y las llevaron al papel. Ellas cuentan sobre aquellas jornadas interminables de trabajo junto al Comandante, cuando las sorprendía el amanecer aún escribiendo, a su lado, sin comer nada, pues cuando Fidel estaba en medio de alguna batalla política, o en medio de una lluvia de ideas, conspirando para el bien de los demás, olvidaba los relojes y en su despacho de gruesas cortinas y paredes de ladrillo, difícil resultaba saber si era de día o de noche, pues el tiempo perdía el combate y estaba subordinado a la voluntad de un hombre que apenas dormía, porque tenía en sí la energía de las tormentas, la resistencia del cedro y el don del liderazgo.

Muchas aristas de Fidel emergen en este libro, como su optimismo a prueba de balas, su impresionante capacidad de adelantarse a los acontecimientos, su prodigiosa memoria, su pasión por los libros, por la historia, o sus grandes batallas políticas. A la par, surgen también profundas interpretaciones como las de los intelectuales Abel Prieto, Miguel Barnet, Frei Betto, Isabel Monal, el Comandante del Ejército Rebelde Julio Camacho Aguilera, o las de su biógrafa Katiuska Blanco.

Por los más de 70 testimonios recogidos aquí, descubrirá el lector hábitos, comportamientos, formas de obrar en determinadas situaciones, e incluso a un Fidel más íntimo y casi desconocido. A través de anécdotas, en ocasiones se le dibujará una sonrisa y en otras puede que surja una lágrima. Muy emocionante para mí resultó el capítulo final, el cual es una mirada a los últimos 10 años de vida del Comandante, donde priman los recuerdos de sus ayudantes. Cuando algunos pudieron pensar que Fidel, por los rigores de la edad estaba tranquilo en su casa, apenas sin labores, él tenía la cabeza llena de ideas, de sueños, y aunque estaba en guerra contra los relojes, trasmitía un entusiasmo quijotesco como si, luego de más de ocho décadas, estuviera empezando a vivir.

Mucho más queda escribir todavía sobre los métodos y el estilo de trabajo de Fidel, esta es apenas una aproximación, pues, como las mismas estrellas, interminables, pueden volverse las investigaciones sobre un hombre como él, extraordinario e infinito.

Hoy agradezco especialmente al primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez, por sus palabras para el prólogo.

A Rogelio Polanco, miembro del Secretariado del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y jefe de su Departamento Ideológico, por sus palabras en esta presentación, por su valioso testimonio para el libro, y porque siempre estuvo al tanto de su progreso.

A Alberto Alvariño, director de la Oficina de Preservación del Patrimonio Documental, por su interés en cada paso del camino.

A René González Barrios, director del Centro Fidel Castro Ruz, quien puso en mis manos la idea de escribir este libro y defendió siempre la necesidad de su publicación.

A Elier Ramírez Cañedo y a Sissi Abay, subdirectores de esta institución, por el apoyo siempre.

Agradezco especialmente a Katiuska Blanco, porque ha sido siempre brújula para mí en los caminos de la historia, de la poesía en la escritura, y con su sensibilidad y sus recuerdos, por ella he podido conocer y escribir más sobre Fidel. También a Alba Orta, heredera de la bondad de su padre, el Indio Naborí, que siempre estuvo pendiente de esta obra, y a Wilmer Rodríguez, mi compañero del alma y de la profesión, por el aliento y los consejos para lograr este libro.

Asimismo, agradezco infinitamente a Ernesto Niebla, por el diseño de cubierta y, sobre todo, como le escribí el día que vi el resultado final: por ponerle rostros tan bellos a los libros de Fidel.

A Regla Dueñas, directora de Ediciones Alejandro, por amar este libro desde el inicio, y evocar siempre al Fidel de su memoria cuando hablaba de estas páginas.  A Elier Ramírez Cruz y Yahima Rosaenz, por su minucioso trabajo en la edición, a Pilar Sa, Alejandro Greenidge, Dickson, Fidel Arias, Luis Miguel Rondón, Fabián González, Ivón Hernández, Yodalis Tamayo y a todos los que, entre las paredes de la editorial o los sonidos de las máquinas de la imprenta trabajaron para que esta obra hoy vea la luz.

Gracias a la magia que habita en estos espacios del Centro Fidel Castro Ruz, terminé de escribir este libro en una oficina muy cercana a la imprenta, y a los pocos minutos de entregado, ya estaba impreso, y a mano, y con suma dedicación, los muchachos del taller hicieron cada uno de los ejemplares que hoy ustedes podrán empezar a leer.

Solo aspiro a que este libro sea útil, para quienes dirigen al pueblo, sobre todo a esos que están al frente de un barrio, de un municipio, de una provincia, de una empresa o cualquier institución, pues, como escribo al final del libro:

A Fidel hoy no lo encontraremos en la piedra de Santiago, ni en los silencios perturbadores de la nostalgia, ni en las consignas vacías que agobian, solo en las madrugadas de trabajo, en las soluciones sagaces para viejos problemas, en la capacidad de un cubano para conmoverse frente a las necesidades de los suyos, en los dirigentes en la calle con la explicación oportuna una y otra vez hasta el convencimiento; ahí estará el Comandante que apenas dormía, el Jefe riguroso y sensible a la vez, el gobernante ingenioso, el líder visionario, el Fidel eterno del pueblo.

Imagen
público

 

Imagen
panel

 

Imagen
público

 

Imagen
presentación

 

Imagen
venta

Haga su comentario

Este sitio se reserva el derecho de publicación de los comentarios. Aquellos comentarios denigrantes, ofensivos, difamatorios, no serán publicados.

Yurixa
04 de Marzo del 2024
Sería posible me enviaras la versión digital del libro. Quisiera leerlo. Gracias.
20 de Marzo del 2024
El libro aun no tiene versión digital y se trabaja en el proceso de impresión.